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A ese período pertenecen obras maravillosamente elaboradas, como la mencionada Driver, metódico cruce entre la sobriedad-desnudez formal de Robert Bresson, con las persecuciones automovilísticas, tan de moda en el cine americano de la época; Los Amos de la noche (The Warriors, USA, 1979), donde aproxima el Anábasis de Jenofonte al universo pandillero de Nueva York, iniciando todo un subgénero; Forajidos de Leyenda (The Long Riders, USA, 1980), su primera incursión en el western (género al que regresaría, tanto para el cine como la televisión, en décadas posteriores), a medio camino entre el fatalismo de Nicholas Ray y la lealtad traicionada de Sam Peckinpah, constituye un momento culminante de la violencia en su cine, donde su representación física es parte indisoluble de la trama; La Presa (Southern Comfort, USA, 1981), que reflexiona muy atinadamente en torno a la sencillez del estallido de un conflicto armado, en una trepidante epopeya sobre la caza del hombre (la violencia esta vez, más que estilizada, deviene en cruel e implacable); o Limite 48 horas (48 hours, USA, 1983), que prácticamente inventó las buddy movies, o películas de compañeros manifiestamente antagónicos, condenados a entenderse, que tanto poblaron la cartelera de los 80, un esquema al que Hill ha rendido un nostálgico homenaje en Una Bala en la cabeza (Bullet to the head, USA, 2012), su bienvenido y refrescante retorno al alicaído panorama del thriller actual, que mereció mejor suerte en la taquilla.

AMERICAN BEAUTY

A ese período pertenecen obras maravillosamente elaboradas, como la mencionada Driver, metódico cruce entre la sobriedad-desnudez formal de Robert Bresson, con las persecuciones automovilísticas, tan de moda en el cine americano de la época; Los Amos de la noche (The Warriors, USA, 1979), donde aproxima el Anábasis de Jenofonte al universo pandillero de Nueva York, iniciando todo un subgénero; Forajidos de Leyenda (The Long Riders, USA, 1980), su primera incursión en el western (género al que regresaría, tanto para el cine como la televisión, en décadas posteriores), a medio camino entre el fatalismo de Nicholas Ray y la lealtad traicionada de Sam Peckinpah, constituye un momento culminante de la violencia en su cine, donde su representación física es parte indisoluble de la trama; La Presa (Southern Comfort, USA, 1981), que reflexiona muy atinadamente en torno a la sencillez del estallido de un conflicto armado, en una trepidante epopeya sobre la caza del hombre (la violencia esta vez, más que estilizada, deviene en cruel e implacable); o Limite 48 horas (48 hours, USA, 1983), que prácticamente inventó las buddy movies, o películas de compañeros manifiestamente antagónicos, condenados a entenderse, que tanto poblaron la cartelera de los 80, un esquema al que Hill ha rendido un nostálgico homenaje en Una Bala en la cabeza (Bullet to the head, USA, 2012), su bienvenido y refrescante retorno al alicaído panorama del thriller actual, que mereció mejor suerte en la taquilla.

Escrito 0:20 |  por Jesús
El realizador californiano Walter Hill pertenece a esa generación de cineastas que cambiaron Hollywood en los años 70 del siglo XX. Esa generación cuasi-milagrosa, en la que suele encuadrarse a directores tan ilustres como Steven Spielberg, Martín Scorsese, Francis Ford Coppola o Brian de Palma. A esa progenie de cineastas, pertenece un puñado de nombres, no tan conocidos por el gran público, pero que gozan de indudable culto para los cinéfilos. Hablamos de “animales cinematográficos”, de la talla de Paul Schrader, John Milius, Michael Cimino, o el propio Hill. El específico denominador común del autor de Driver (The Driver, USA, 1978), es su fascinación por la violencia ( que está presente, como apunta el cineasta, en “...el 90% de las obras que consideramos valiosas para nuestra cultura occidental...”), y sus efectos más inmediatos, así como el retrato de monolíticos héroes auténticos, de una pieza, prestos o abocados a resolver la controversia del modo y al coste que sea, pero con un cierto y reconocible código de honor a la vieja usanza. Desde su excelente debut con El Luchador (Hard times, USA, 1975), recorrido nada complaciente por los combates ilegales en la era de la depresión del 29, Hill cultiva diversos géneros con bastante fortuna, entre los años 70 y 80.

CALLES DE FUEGO (1981)

El realizador californiano Walter Hill pertenece a esa generación de cineastas que cambiaron Hollywood en los años 70 del siglo XX. Esa generación cuasi-milagrosa, en la que suele encuadrarse a directores tan ilustres como Steven Spielberg, Martín Scorsese, Francis Ford Coppola o Brian de Palma. A esa progenie de cineastas, pertenece un puñado de nombres, no tan conocidos por el gran público, pero que gozan de indudable culto para los cinéfilos. Hablamos de “animales cinematográficos”, de la talla de Paul Schrader, John Milius, Michael Cimino, o el propio Hill. El específico denominador común del autor de Driver (The Driver, USA, 1978), es su fascinación por la violencia ( que está presente, como apunta el cineasta, en “...el 90% de las obras que consideramos valiosas para nuestra cultura occidental...”), y sus efectos más inmediatos, así como el retrato de monolíticos héroes auténticos, de una pieza, prestos o abocados a resolver la controversia del modo y al coste que sea, pero con un cierto y reconocible código de honor a la vieja usanza. Desde su excelente debut con El Luchador (Hard times, USA, 1975), recorrido nada complaciente por los combates ilegales en la era de la depresión del 29, Hill cultiva diversos géneros con bastante fortuna, entre los años 70 y 80.

Escrito 17:02 |  por Jesús

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